Regresé
a la ciudad
de mis mayores,
y el jardín
de los barcos de papel
y las cometas rotas.
Me detuve en el puente
que recorrí de niña,
del brazo de mi padre.
Era otro,
el río que jugaba a la espuma
con los peces
y el musgo.
Nuevas sombras
cruzaban
el claro mediodía.
Y el sol en las aceras,
reflejaba,
no ya mi mundo de juguetes
y brujas de alfeñique,
sino la sobria realidad
de un viento incontenible,
que arrojaba al vacío
todo cuanto mi corazón
más tiernamente amaba.
Anabel
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